Intangible
La sigue con la mirada, va clavándose en ella rasgando
su serenidad. Ella es un cuadro, una pintura de Monet. Él, un hombre
incrustado en el pavimento. El viento revela su osadía rondando por su
cuerpo, acariciando los pechos y muslos, amándola. Envidia. Sus
ojos se tornan lumbre, se incinera, la impotencia lo invade. Nunca podrá
tocarla con un tacto profundo, un tacto empapado en poros. Ronda por el suelo
como un topo, piensa en lo pasmoso que sería poder sumergirla en la tierra y
permanecer enterrados, fusionados en un fósil de mármol. Pero ella no pertenece
a nadie, ni siquiera a sí misma. Las venas se hinchan en la superficie de los
puños, la sangre se ve correr bajo la piel. Con prisa. No puede seguir siendo
un mortal inexistente a sus ojos. La asecha musitando su nombre, trayéndose.
Sus pechos se encuentran, la excitación de inhalar su aliento. El aire que
escapa de su boca se funde hasta desaparecer. La filosa hoja resbala, el cuerpo
cruje. Se baña en rojo vibrante. No podrá contemplarla más.
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