miércoles, 2 de noviembre de 2016


Intangible


La sigue con la mirada, va clavándose en ella rasgando su serenidad. Ella es un cuadro, una pintura de Monet. Él, un hombre incrustado en el pavimento. El viento revela su osadía rondando por su cuerpo, acariciando los pechos y muslos, amándola. Envidia. Sus ojos se tornan lumbre, se incinera, la impotencia lo invade. Nunca podrá tocarla con un tacto profundo, un tacto empapado en poros. Ronda por el suelo como un topo, piensa en lo pasmoso que sería poder sumergirla en la tierra y permanecer enterrados, fusionados en un fósil de mármol. Pero ella no pertenece a nadie, ni siquiera a sí misma. Las venas se hinchan en la superficie de los puños, la sangre se ve correr bajo la piel. Con prisa. No puede seguir siendo un mortal inexistente a sus ojos. La asecha musitando su nombre, trayéndose. Sus pechos se encuentran, la excitación de inhalar su aliento. El aire que escapa de su boca se funde hasta desaparecer. La filosa hoja resbala, el cuerpo cruje. Se baña en rojo vibrante. No podrá contemplarla más.






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